jueves, 17 de mayo de 2012

"Los profesores también lloran" APUNTES SOBRE LA SALUD LABORAL DE LOS DOCENTES

Este artículo fué extraido de una página española, pero el contenido es aplicable a nuestra realidad y evidencia la problemática que afrontamos en cuanto a crear una cultura de prevención desde las instituciones educativas, muy interesante el análisis.         
                

     
Últimamente se está produciendo un alto consenso sobre la necesidad de fomentar la cultura de la prevención desde las enseñanzas obligatorias. Sin embargo, si queremos valernos de la escuela para este fin, hemos de empezar por acercarnos a los problemas de los propios docentes. Se trataría de fomentar que en el centro educativo se viva la prevención de riesgos como algo que se asume, evidencia y de lo que participan activamente tanto profesores como alumnos.
Esteban carraspea profundamente mientras se sacude el polvillo de yeso de entre los dedos. “Mierda de tiza. No sé cuando nos van a cambiar esta pizarra del año de la pera por una blanca con rotuladores”. “Ya ves” - contesta Berta mientras da un sorbo a la primera caña de las dos y media- “No sé qué escritor decía que si a un profesor de hace doscientos años lo trasplantaran de pronto al siglo XXI no reconocería casi nada pero no tendría dudas en identificar un aula, de lo poco que ha cambiado en siglos”. “Ja, ja,...” -ríe Esteban- “pues no lo había oído pero sí, es verdad... los mismos bancos, la misma pizarra, la misma tarima. Se ve que no hemos evolucionado mucho desde hace años, ¿eh?”.
¿Se dan problemas reales de salud laboral, de prevención de riesgos laborales en tu centro de trabajo, en el desempeño cotidiano de tus tareas docentes? Es curioso pero, ante esta pregunta, es casi seguro que Esteban o Berta contestarían que no, que no es para tanto. «Hombre, tampoco es esto la construcción o la mina, ¿no?» Sin embargo, cuando sigan hablando informalmente un rato sobre su trabajo y sus vivencias, rápidamente empezarán a poner de manifiesto multitud de problemas relacionados con sus condiciones de trabajo: tos y ronquera que no cesan, dificultad para mantener el orden dentro del aula, frío intenso en invierno o calor insoportable en verano, más ruido de la cuenta proveniente del aula de música que está mal insonorizada... Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Hay o no hay problemas de salud laboral entre profesores y maestros?
En realidad, estas percepciones aparentemente contradictorias sobre la salud laboral no son exclusivas de la profesión docente. Muchos trabajadores del sector servicios comparten impresiones similares y la explicación puede resultar sencilla. Durante muchos años la preocupación en nuestro país por la seguridad e higiene en el trabajo (como se llamaba antes) era cosa de pocas personas. Es cierto que tenemos un Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT) desde los años cuarenta pero lo cierto es que el nivel de desarrollo legislativo en esta materia ha sido tradicionalmente muy pobre en España -lo máximo que existía hasta la Ley de Prevención de Riesgos Laborales de 1995 era una Ordenanza- y el grado de cumplimiento había sido irrisorio hasta entonces. 
En palabras de Ángel Cárcoba, durante años lo que primaba en salud laboral era una concepción claramente mercantilista: el riesgo se consideraba inevitable y frente a él la única alternativa era la compensación económica. Al trabajador sólo le quedaba la posibilidad de la denuncia, denuncia en la que por otra parte tenía muy poca confianza. Para Marcos Peña, inspector de trabajo, la normativa de salud laboral se aplicaba como una tabla sancionadora. Es decir, se establecía que una determinada empresa debía aplicar tal medida y que si no lo hacía se la sancionaba de equis manera. El sujeto pasivo de todo era el trabajador...
Años después, con un moderno desarrollo legislativo adaptado a las exigencias que emanan de nuestra pertenencia a la Unión Europea y la implantación progresiva de muchos elementos de gestión preventiva en las empresas, lógicamente las cosas han mejorado bastante. Sin embargo, la situación de partida era tan deficitaria que seguimos estando en el furgón de cola en lo que se refiere a accidentes de trabajo y enfermedades profesionales. Año tras año seguimos apareciendo en las últimas posiciones en cuanto a cifras de siniestralidad cuando nos comparamos con el resto de nuestros socios de la Europa de los quince. Es cierto que hoy España ya no se sitúa en los últimos lugares pero, en parte, esto es por un efecto estadístico. La incorporación de los nuevos países de la Europa ampliada nos resitúa en este siniestro ranquin. Mal consuelo comparar a España y su Ley de prevención con más de una década de existencia con algunos de los recién llegados y sus flamantes legislaciones.
Todas estas circunstancias -escasa atención histórica al tema y tremendas cifras de siniestralidad- hacen que la percepción del riesgo se relativice. Todavía hoy son desgraciadas noticias de portada en los diarios e informativos el recurrente goteo de fallecimientos de trabajadores de la construcción, la industria y el transporte. Puestos a comparar con las más de mil muertes anuales que se producen con ocasión o a consecuencia del trabajo, es normal que la percepción de los docentes y de muchos otros trabajadores del sector servicios sobre su salud laboral no sea excesivamente mala. La correlación directa y confusa entre índice de mortalidad, salud laboral y prevención de riesgos sigue siendo frecuente en España.
Pero no conviene bajar la guardia. Puede que en el sector servicios no se den tantas muertes como en la construcción pero es entre estos trabajadores donde se produce un mayor número de accidentes no mortales. Y qué decir de las enfermedades o, en general, de los daños a la salud ocasionados por el trabajo: ansiedad, estrés, burn-out, dolores de espalda o cervicales, constantes infecciones de la garganta y las vías altas, problemas alérgicos, disfonías... Estos sí son problemas que a los docentes les resultan mucho más familiares. Pues esto también es salud laboral, ¡vaya que sí lo es! 
La cuestión es que todo este cúmulo de problemas ha sido tradicionalmente abordado bajo otras denominaciones: insatisfacción, angustia, malestar... En realidad, las investigaciones sobre salud laboral de los docentes englobadas bajo estos nombres han sido y son muy numerosas. Esteve, Elejabeitia, Veira, Polaino-Lorente, Martínez, Gordillo, Hernández, González y Lobato, Zubieta, Ortega... son sólo algunos de los autores que han tratado el tema con profundidad. A los estudios más clásicos hay que añadir ahora la atención a los incipientes casos de acoso escolar o la agresividad creciente que se detecta en muchos grupos de alumnos y que el docente no siempre sabe cómo abordar. 
Zubieta refiere los principales aspectos que pueden estar a la base de esta situación generalizada de «malestar docente»: Progresivo vaciamiento de funciones del rol docente que son asumidas por otras instancias sociales, puesta en cuestión de su autoridad como depositario del saber, pérdida y deterioro de prestigio social, falta de protagonismo y autonomía en los planteamientos y realizaciones educativas, conflictos de disciplina en el aula, insuficiencia de dotaciones, materiales y recursos...
Esta radiografía de la profesión docente no es que sea nueva pero lo cierto es que los problemas, pese a ser recurrentes, siguen sin abordarse con seriedad mientras la situación en los centros parece deteriorarse. Tal vez nadie como el profesor Esteve haya sabido expresar esta situación de desasosiego que vive el profesorado y que se manifiesta en conductas como las siguientes: sentimientos de desconcierto e insatisfacción, desarrollo de esquemas de inhibición para cortar con el trabajo que se realiza, peticiones de traslado como forma de huida de situaciones conflictivas, deseo manifiesto de abandonar la docencia, absentismo laboral, agotamiento, ansiedad, estrés, depreciación del yo, neurosis reactivas o depresiones.
Pero este listado de calamidades no pretende generar mayor desasosiego, alentar deserciones o desanimar a futuros maestros y profesores. En realidad, la docencia es una profesión con un alto grado de componente vocacional que también genera muchas satisfacciones. En el libro de Zubieta al que aludimos anteriormente dice un maestro de primaria: Realmente soy muy feliz con mi profesión. Donde me encuentro más feliz es en la clase porque al fin y al cabo tengo la oportunidad de intentar hacer lo que yo quiero. 

Es cierto. Los profesores tienen la posibilidad de enseñar, de educar, de transmitir valores. Tienen la posibilidad de ser creativos en su trabajo. En pocas profesiones hay tanta preocupación por la formación continua... Entonces ¿por qué tanto desasosiego y tanto malestar? Pues porque hay problemas. Como en tantas profesiones, en el trabajo docente hay multitud de riesgos que inciden directamente sobre la salud física y psicológica, problemas que tienen que ver con la organización del trabajo, con los aspectos materiales de los centros escolares o con hábitos no saludables. Esos riesgos hay que detectarlos y prevenirlos. Entendida así, podemos decir que la salud laboral está a la base de la satisfacción o insatisfacción docente y que la prevención de riesgos laborales constituye uno de los mecanismos que más puede incidir en la mejora de las condiciones de trabajo de los profesores.
Los docentes tienen (tenemos) problemas de salud laboral que tienen que ver con las condiciones en que se trabaja de manera habitual. En algunos casos estos problemas son comunes a otras profesiones y en muchos otros, específicos de la enseñanza. Pero estas condiciones de trabajo no son inamovibles sino que pueden y deben ser modificadas mediante una adecuada prevención. La Ley de Prevención de Riesgos Laborales, norma sobre la que se construye todo el entramado legislativo en prevención de riesgos de nuestro país, obliga a eliminar o minimizar los riesgos y a integrar la actividad preventiva en los centros de trabajo. 
El empresario o la Administración de quien dependa la Escuela, Instituto o Facultad tiene la obligación de designar a uno o más trabajadores cualificados y/o recurrir a servicios de prevención internos o ajenos, para evaluar los riesgos y adoptar las correspondientes medidas preventivas necesarias para corregirlos. Los trabajadores, que son quienes mejor conocen sus tareas y las circunstancias en que éstas se desarrollan, tienen además el derecho de participar en todo este proceso. Para ello, la legislación ha previsto la figura del delegado de prevención y el Comité de Seguridad y Salud. 
Pero claro está, amigo lector, como usted ya había imaginado aquí aún hay mucha más tela que cortar... Los accidentes y enfermedades que ocasiona el trabajo son un problema de primer nivel que todos los gobiernos contemporáneos de las sociedades desarrolladas tratan de priorizar en su gestión. Para situarnos diremos que cada año se superan en nuestro país el millar de muertes por accidente de trabajo, se contabilizan más de diez mil accidentes graves y más de 600.000 accidentes con baja laboral.
Los accidentes y enfermedades profesionales acarrean un elevado coste social. La pérdida de la vida, el sufrimiento e inhabilitación temporal, con posibles secuelas más o menos graves, suponen unos costes tan altos en términos humanos que no pueden reflejarse en modo alguno exclusivamente en base a datos numéricos. En primer término son costes para la víctima y sus allegados, cuya vida muchas veces quedará ya alterada para siempre.
No obstante, los accidentes suponen también -todo hay que decirlo- una elevada repercusión en términos económicos. Las estimaciones más moderadas que nos proporciona el INSHT traducen los números anteriormente citados de siniestralidad en España en unas pérdidas cuantificadas en unos dos billones de las antiguas pesetas. El dato resulta escalofriante si tenemos en cuenta que los Presupuestos Generales del Estado suponen alrededor de 32 billones. Así pues, numerosas medidas han de ser implementadas para mejorar esta situación: más y mejores leyes, acción inspectora y sancionadora, inversión en recursos humanos y materiales y, como no, la apuesta por la educación y la formación. 
Todos los años el Informe Escolar del Estado reitera la necesidad de extender la cultura de la prevención a los centros educativos. La capacidad de enfrentar los riesgos profesionales depende en gran medida de la educación recibida en materia de prevención, dice la Asociación Internacional de la Seguridad Social. La Estrategia Comunitaria Europea pone de manifiesto la importancia de desarrollar una cultura de la prevención en los programas de formación en todos los niveles del Sistema Educativo, incluidos la Formación Profesional y la Universidad. Finalmente, la Estrategia Española de Seguridad y Salud en el Trabajo subraya que es necesario desarrollar y consolidar la cultura de la prevención en la sociedad española y para ello reserva un papel muy activo de la política educativa en la concienciación y sensibilización de la sociedad en esta materia. 
Como pueden ver, todas las instituciones coinciden en involucrar a la escuela en el desarrollo de una nueva «cultura de la prevención». Veamos que opinan Berta y Esteban sobre el particular cuando paladean ya la segunda caña acompañada de un suculento pincho: “Oye, ¿has visto el librito que nos ha mandado la Consejería de Educación sobre riesgos laborales y no sé qué?” “Pues sí” -dice Esteban-. “El caso es que está chulo pero vamos... que tenemos el problema de siempre. Si ya no podemos ni terminar el temario, siempre con la presión de la selectividad y los exámenes, ¿cómo pretenden que dediquemos tiempo a las drogas, el medio ambiente, la paz, la prevención de riesgos laborales, las tiendas de campaña, la hibernación del oso hormiguero y lo que se les ocurra el año que viene?”. Berta casi se atraganta de la risa: “Si es que tenemos unas cabezas pensantes en la Consejería... Sólo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena, hijo mío”
Así está la cosa. “Cuando la sociedad estornuda, las escuelas se constipan”, decía Juan Manuel Escudero y hoy, más que nunca, los profesores se ven abrumados por las crecientes demandas de una sociedad que no les devuelve con la misma generosidad que les demanda y exige. Está claro que en prevención de riesgos laborales y salud laboral -como en tantos otros temas- para construir el futuro es necesario invertir en educación pero si queremos valernos de la escuela es ineludible empezar por acercarnos a los problemas de los propios docentes. Más allá de la mera introducción de contenidos de prevención de riesgos laborales en las enseñanzas de nuestras aulas, tendríamos que pensar en abordar la cuestión de una manera mucho más sistémica: invirtiendo en medios y recursos para vivenciar la salud laboral de manera “normal” y cotidiana en los centros, potenciando la formación inicial de los enseñantes, desarrollando contenidos nuevos y productos formativos que sirvan de soporte docente pero, sobre todo, implicando a la sociedad en la búsqueda de soluciones. 
Esperemos que en el transcurso de los próximos años las distintas Administraciones se lo tomen en serio, no yerren en los diagnósticos y, sobre todo, que dispongan los recursos necesarios. Estaría bien que Berta, Esteban y muchos otros compañeros pudieran hablar también de cosas más intrascendentes al salir del trabajo.

David Cobos Sanchiz, Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación y Máster en Gestión de la prevención en la empresa. PreventionWorld