Este artículo fué extraido de una página española, pero el contenido es aplicable a nuestra realidad y evidencia la problemática que afrontamos en cuanto a crear una cultura de prevención desde las instituciones educativas, muy interesante el análisis.
Últimamente se está produciendo un
alto consenso sobre la necesidad de fomentar la cultura de la prevención
desde las enseñanzas obligatorias. Sin embargo, si queremos valernos de
la escuela para este fin, hemos de empezar por acercarnos a los
problemas de los propios docentes. Se trataría de fomentar que en el
centro educativo se viva la prevención de riesgos como algo que se
asume, evidencia y de lo que participan activamente tanto profesores
como alumnos.
Esteban carraspea profundamente mientras se sacude el polvillo de yeso de entre los dedos. “Mierda de tiza. No sé cuando nos van a cambiar esta pizarra del año de la pera por una blanca con rotuladores”. “Ya ves” - contesta Berta mientras da un sorbo a la primera caña de las dos y media- “No
sé qué escritor decía que si a un profesor de hace doscientos años lo
trasplantaran de pronto al siglo XXI no reconocería casi nada pero no
tendría dudas en identificar un aula, de lo poco que ha cambiado en
siglos”. “Ja, ja,...” -ríe Esteban- “pues no lo había
oído pero sí, es verdad... los mismos bancos, la misma pizarra, la misma
tarima. Se ve que no hemos evolucionado mucho desde hace años, ¿eh?”.
¿Se dan problemas reales de salud laboral, de prevención de riesgos
laborales en tu centro de trabajo, en el desempeño cotidiano de tus
tareas docentes? Es curioso pero, ante esta pregunta, es casi seguro que
Esteban o Berta contestarían que no, que no es para tanto. «Hombre,
tampoco es esto la construcción o la mina, ¿no?» Sin embargo, cuando
sigan hablando informalmente un rato sobre su trabajo y sus vivencias,
rápidamente empezarán a poner de manifiesto multitud de problemas
relacionados con sus condiciones de trabajo: tos y ronquera que no
cesan, dificultad para mantener el orden dentro del aula, frío intenso
en invierno o calor insoportable en verano, más ruido de la cuenta
proveniente del aula de música que está mal insonorizada... Entonces,
¿en qué quedamos? ¿Hay o no hay problemas de salud laboral entre
profesores y maestros?
En realidad, estas percepciones aparentemente contradictorias sobre
la salud laboral no son exclusivas de la profesión docente. Muchos
trabajadores del sector servicios comparten impresiones similares y la
explicación puede resultar sencilla. Durante muchos años la preocupación
en nuestro país por la seguridad e higiene en el trabajo (como se
llamaba antes) era cosa de pocas personas. Es cierto que tenemos un
Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT) desde
los años cuarenta pero lo cierto es que el nivel de desarrollo
legislativo en esta materia ha sido tradicionalmente muy pobre en España
-lo máximo que existía hasta la Ley de Prevención de Riesgos Laborales
de 1995 era una Ordenanza- y el grado de cumplimiento había sido
irrisorio hasta entonces.
En palabras de Ángel Cárcoba, durante años lo que primaba en
salud laboral era una concepción claramente mercantilista: el riesgo se
consideraba inevitable y frente a él la única alternativa era la
compensación económica. Al trabajador sólo le quedaba la posibilidad de
la denuncia, denuncia en la que por otra parte tenía muy poca confianza. Para Marcos Peña, inspector de trabajo, la
normativa de salud laboral se aplicaba como una tabla sancionadora. Es
decir, se establecía que una determinada empresa debía aplicar tal
medida y que si no lo hacía se la sancionaba de equis manera. El sujeto
pasivo de todo era el trabajador...
Años después, con un moderno desarrollo legislativo adaptado a las
exigencias que emanan de nuestra pertenencia a la Unión Europea y la
implantación progresiva de muchos elementos de gestión preventiva en las
empresas, lógicamente las cosas han mejorado bastante. Sin embargo, la
situación de partida era tan deficitaria que seguimos estando en el
furgón de cola en lo que se refiere a accidentes de trabajo y
enfermedades profesionales. Año tras año seguimos apareciendo en las
últimas posiciones en cuanto a cifras de siniestralidad cuando nos
comparamos con el resto de nuestros socios de la Europa de los quince.
Es cierto que hoy España ya no se sitúa en los últimos lugares pero, en
parte, esto es por un efecto estadístico. La incorporación de los nuevos
países de la Europa ampliada nos resitúa en este siniestro ranquin. Mal
consuelo comparar a España y su Ley de prevención con más de una década
de existencia con algunos de los recién llegados y sus flamantes
legislaciones.
Todas estas circunstancias -escasa atención histórica al tema y
tremendas cifras de siniestralidad- hacen que la percepción del riesgo
se relativice. Todavía hoy son desgraciadas noticias de portada en los
diarios e informativos el recurrente goteo de fallecimientos de
trabajadores de la construcción, la industria y el transporte. Puestos a
comparar con las más de mil muertes anuales que se producen con ocasión
o a consecuencia del trabajo, es normal que la percepción de los
docentes y de muchos otros trabajadores del sector servicios sobre su
salud laboral no sea excesivamente mala. La correlación directa y
confusa entre índice de mortalidad, salud laboral y prevención de
riesgos sigue siendo frecuente en España.
Pero no conviene bajar la guardia. Puede que en el sector servicios
no se den tantas muertes como en la construcción pero es entre estos
trabajadores donde se produce un mayor número de accidentes no mortales.
Y qué decir de las enfermedades o, en general, de los daños a la salud
ocasionados por el trabajo: ansiedad, estrés, burn-out, dolores de
espalda o cervicales, constantes infecciones de la garganta y las vías
altas, problemas alérgicos, disfonías... Estos sí son problemas que a
los docentes les resultan mucho más familiares. Pues esto también es
salud laboral, ¡vaya que sí lo es!
La cuestión es que todo este cúmulo de problemas ha sido
tradicionalmente abordado bajo otras denominaciones: insatisfacción,
angustia, malestar... En realidad, las investigaciones sobre salud
laboral de los docentes englobadas bajo estos nombres han sido y son muy
numerosas. Esteve, Elejabeitia, Veira, Polaino-Lorente, Martínez,
Gordillo, Hernández, González y Lobato, Zubieta, Ortega... son sólo
algunos de los autores que han tratado el tema con profundidad. A los
estudios más clásicos hay que añadir ahora la atención a los incipientes
casos de acoso escolar o la agresividad creciente que se detecta en
muchos grupos de alumnos y que el docente no siempre sabe cómo abordar.
Zubieta refiere los principales aspectos que pueden estar a la base
de esta situación generalizada de «malestar docente»: Progresivo
vaciamiento de funciones del rol docente que son asumidas por otras
instancias sociales, puesta en cuestión de su autoridad como depositario
del saber, pérdida y deterioro de prestigio social, falta de
protagonismo y autonomía en los planteamientos y realizaciones
educativas, conflictos de disciplina en el aula, insuficiencia de
dotaciones, materiales y recursos...
Esta radiografía de la profesión docente no es que sea nueva pero lo
cierto es que los problemas, pese a ser recurrentes, siguen sin
abordarse con seriedad mientras la situación en los centros parece
deteriorarse. Tal vez nadie como el profesor Esteve haya sabido expresar
esta situación de desasosiego que vive el profesorado y que se
manifiesta en conductas como las siguientes: sentimientos de
desconcierto e insatisfacción, desarrollo de esquemas de inhibición para
cortar con el trabajo que se realiza, peticiones de traslado como forma
de huida de situaciones conflictivas, deseo manifiesto de abandonar la
docencia, absentismo laboral, agotamiento, ansiedad, estrés,
depreciación del yo, neurosis reactivas o depresiones.
Pero este listado de calamidades no pretende generar mayor
desasosiego, alentar deserciones o desanimar a futuros maestros y
profesores. En realidad, la docencia es una profesión con un alto grado
de componente vocacional que también genera muchas satisfacciones. En el
libro de Zubieta al que aludimos anteriormente dice un maestro de
primaria: Realmente soy muy feliz con mi profesión. Donde me
encuentro más feliz es en la clase porque al fin y al cabo tengo la
oportunidad de intentar hacer lo que yo quiero.
Es cierto. Los profesores tienen la posibilidad de enseñar, de
educar, de transmitir valores. Tienen la posibilidad de ser creativos en
su trabajo. En pocas profesiones hay tanta preocupación por la
formación continua... Entonces ¿por qué tanto desasosiego y tanto
malestar? Pues porque hay problemas. Como en tantas profesiones, en el
trabajo docente hay multitud de riesgos que inciden directamente sobre
la salud física y psicológica, problemas que tienen que ver con la
organización del trabajo, con los aspectos materiales de los centros
escolares o con hábitos no saludables. Esos riesgos hay que detectarlos y
prevenirlos. Entendida así, podemos decir que la salud laboral está a
la base de la satisfacción o insatisfacción docente y que la prevención
de riesgos laborales constituye uno de los mecanismos que más puede
incidir en la mejora de las condiciones de trabajo de los profesores.
Los docentes tienen (tenemos) problemas de salud laboral que tienen
que ver con las condiciones en que se trabaja de manera habitual. En
algunos casos estos problemas son comunes a otras profesiones y en
muchos otros, específicos de la enseñanza. Pero estas condiciones de
trabajo no son inamovibles sino que pueden y deben ser modificadas
mediante una adecuada prevención. La Ley de Prevención de Riesgos
Laborales, norma sobre la que se construye todo el entramado legislativo
en prevención de riesgos de nuestro país, obliga a eliminar o minimizar
los riesgos y a integrar la actividad preventiva en los centros de
trabajo.
El empresario o la Administración de quien dependa la Escuela,
Instituto o Facultad tiene la obligación de designar a uno o más
trabajadores cualificados y/o recurrir a servicios de prevención
internos o ajenos, para evaluar los riesgos y adoptar las
correspondientes medidas preventivas necesarias para corregirlos. Los
trabajadores, que son quienes mejor conocen sus tareas y las
circunstancias en que éstas se desarrollan, tienen además el derecho de
participar en todo este proceso. Para ello, la legislación ha previsto
la figura del delegado de prevención y el Comité de Seguridad y Salud.
Pero claro está, amigo lector, como usted ya había imaginado aquí aún
hay mucha más tela que cortar... Los accidentes y enfermedades que
ocasiona el trabajo son un problema de primer nivel que todos los
gobiernos contemporáneos de las sociedades desarrolladas tratan de
priorizar en su gestión. Para situarnos diremos que cada año se superan
en nuestro país el millar de muertes por accidente de trabajo, se
contabilizan más de diez mil accidentes graves y más de 600.000
accidentes con baja laboral.
Los accidentes y enfermedades profesionales acarrean un elevado coste
social. La pérdida de la vida, el sufrimiento e inhabilitación
temporal, con posibles secuelas más o menos graves, suponen unos costes
tan altos en términos humanos que no pueden reflejarse en modo alguno
exclusivamente en base a datos numéricos. En primer término son costes
para la víctima y sus allegados, cuya vida muchas veces quedará ya
alterada para siempre.
No obstante, los accidentes suponen también -todo hay que decirlo-
una elevada repercusión en términos económicos. Las estimaciones más
moderadas que nos proporciona el INSHT traducen los números
anteriormente citados de siniestralidad en España en unas pérdidas
cuantificadas en unos dos billones de las antiguas pesetas. El dato
resulta escalofriante si tenemos en cuenta que los Presupuestos
Generales del Estado suponen alrededor de 32 billones. Así pues,
numerosas medidas han de ser implementadas para mejorar esta situación:
más y mejores leyes, acción inspectora y sancionadora, inversión en
recursos humanos y materiales y, como no, la apuesta por la educación y
la formación.
Todos los años el Informe Escolar del Estado reitera la necesidad de
extender la cultura de la prevención a los centros educativos. La
capacidad de enfrentar los riesgos profesionales depende en gran medida
de la educación recibida en materia de prevención, dice la Asociación
Internacional de la Seguridad Social. La Estrategia Comunitaria Europea
pone de manifiesto la importancia de desarrollar una cultura de la
prevención en los programas de formación en todos los niveles del
Sistema Educativo, incluidos la Formación Profesional y la Universidad.
Finalmente, la Estrategia Española de Seguridad y Salud en el Trabajo
subraya que es necesario desarrollar y consolidar la cultura de la
prevención en la sociedad española y para ello reserva un papel muy
activo de la política educativa en la concienciación y sensibilización
de la sociedad en esta materia.
Como pueden ver, todas las instituciones coinciden en involucrar a la
escuela en el desarrollo de una nueva «cultura de la prevención».
Veamos que opinan Berta y Esteban sobre el particular cuando paladean ya
la segunda caña acompañada de un suculento pincho: “Oye, ¿has visto el librito que nos ha mandado la Consejería de Educación sobre riesgos laborales y no sé qué?” “Pues sí” -dice Esteban-. “El
caso es que está chulo pero vamos... que tenemos el problema de
siempre. Si ya no podemos ni terminar el temario, siempre con la presión
de la selectividad y los exámenes, ¿cómo pretenden que dediquemos
tiempo a las drogas, el medio ambiente, la paz, la prevención de riesgos
laborales, las tiendas de campaña, la hibernación del oso hormiguero y
lo que se les ocurra el año que viene?”. Berta casi se atraganta de la risa: “Si es que tenemos unas cabezas pensantes en la Consejería... Sólo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena, hijo mío”.
Así está la cosa. “Cuando la sociedad estornuda, las escuelas se
constipan”, decía Juan Manuel Escudero y hoy, más que nunca, los
profesores se ven abrumados por las crecientes demandas de una sociedad
que no les devuelve con la misma generosidad que les demanda y exige.
Está claro que en prevención de riesgos laborales y salud laboral -como
en tantos otros temas- para construir el futuro es necesario invertir en
educación pero si queremos valernos de la escuela es ineludible empezar
por acercarnos a los problemas de los propios docentes. Más allá de la
mera introducción de contenidos de prevención de riesgos laborales en
las enseñanzas de nuestras aulas, tendríamos que pensar en abordar la
cuestión de una manera mucho más sistémica: invirtiendo en medios y
recursos para vivenciar la salud laboral de manera “normal” y cotidiana
en los centros, potenciando la formación inicial de los enseñantes,
desarrollando contenidos nuevos y productos formativos que sirvan de
soporte docente pero, sobre todo, implicando a la sociedad en la
búsqueda de soluciones.
Esperemos que en el transcurso de los próximos años las distintas
Administraciones se lo tomen en serio, no yerren en los diagnósticos y,
sobre todo, que dispongan los recursos necesarios. Estaría bien que
Berta, Esteban y muchos otros compañeros pudieran hablar también de
cosas más intrascendentes al salir del trabajo.
David Cobos Sanchiz, Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación y Máster en Gestión de la prevención en la empresa. PreventionWorld